¿Recuerdas a los "tinterillos" (también conocidos en algunos lugares como escribanos públicos o memorialistas)?, una figura icónica y esencial en la vida de muchas comunidades en el pasado reciente, especialmente antes de la masificación de la educación y el acceso fácil a la tecnología.

Eran mucho más que simples escribanos: eran un puente entre el ciudadano de a pie y el complejo mundo legal y burocrático.

Aquí tienes la historia  de Don Aurelio, uno de los  últimos tinterillos de la ciudad.

Esa mañana crucé la avenida principal de la ciudad, desde la Iglesia central hacia el otro lado de la vía con dirección al occidente. Iba despacio y observé que el semáforo peatonal  estaba semi oculto tras un arbusto, seguía observando y entonces  noté la caseta que se levantaba bajo la sutil sombra del arbusto, y ahí, detrás de un viejo escritorio de madera, estaba él, Don Aurelio, de aspecto cansado pero con una lucidez y un brillo en los ojos por atenderme, que solo he visto en pocos funcionarios públicos bien pagados del Municipio y en ninguna de aquellas asesoras  donde casi siempre lo atienden a uno de mala Gana

Ajustó sus gafas redondas de montura  gruesa y pasó un dulceabrigo  de tela roja sobre las viejas teclas de su máquina de escribir Brother, puliéndola con devoción y preparándola quizá para  el primer trabajo del día. El sol de la mañana apenas rozaba el techo de zinc que protegía su quiosco, instalado desde hacía mas de veinte años en la esquina de la vía principal al otro lado de la avenida, frente a la Iglesia. Su rincón, marcado por el repiqueteo incesante y nostálgico  de las teclas, era un faro de luz para los iletrados y los confundidos.

Don Aurelio no es abogado, eso lo intuí porque no ví el cartón  colgado en la pared, que es lo primero que uno ve cuando entra a una oficina de un profesional del Derecho, pero sabía más de leyes prácticas y trámites que muchos recién graduados. No es abogado, pero es un tinterillo, el depositario de las penas, esperanzas y disputas de su selecta clientela.

Sus clientes son tan variados como los documentos que redacta. Unos días llegan campesinos o indígenas con las manos rugosas, nerviosos por redactar un poder para que un hijo pueda vender un lote de tierra en las afueras de la ciudad, otros quieren un documento de conciliación por una disputa por unos linderos, otros son viudas (de la violencia supongo) que necesitan un derecho de petición con un lenguaje formal y respetuoso, implorando una pensión o el reconocimiento de  muchas semanas trabajadas y que hoy no tienen reportadas en el fondo de pensión. También llegan ciudadanos del común, pidiéndole que les llene una letra  de cambio o cualquier otra garantía para respaldar una deuda.

La máquina de escribir es su cetro, es la reina:  un instrumento de poder y democratización. Con ella, los que no saben leer ni escribir, y los que pierden el habla frente a un micrófono, pueden  alzar la voz y ser escuchados en el idioma de la burocracia (me refiero a la forma, los términos y la referencia legal correcta, ser escuchado en este idioma significa que el mensaje cumple con todos los requisitos formales para ser considerado legalmente por una entidad pública).  Don Aurelio traduce el lenguaje coloquial, lleno de "pues", "compa" y "ajá", en frases como: “...mediante el presente, y en debida forma, se solicita la revisión exhaustiva del expediente, amparado en los principios de celeridad,  eficacia y eficiencia administrativa.”  Y redacta tutelas, de una manera tan expedita, que la Personería y la Defensoría  del Pueblo, tienen que hacer grandes  esfuerzos  para no ser superados. Don Aurelio no da turnos  para que vuelvas  en tres días! Nomás dice "vaya tómese un tinto o si tiene  otra vuelta que hacer hágala, que en un momento le tengo lo suyo  casi listo". Todo un letrado.

No solo escribe mecanografía: escucha, interpreta y, a menudo, da consejos  y consuelo. Conoce los chismes de la ciudad, las rencillas familiares y los secretos del catastro y de todas las secretarías del Municipio. Su servicio, humilde en apariencia, es una forma de asesoría integral. Cobra una tarifa justa: lo suficiente para vivir modestamente, pero nunca lo bastante para negarle el servicio a quien de verdad lo necesita, en realidad es una tarifa muy baja, no se ha dado cuenta que los "tramitadores" cobran  "según el marrano". Él recibe hasta media docena de huevos, un par de aguacates  o una promesa de pago, un "mi Dios le pague" es muchas  veces su única recompensa. No sé qué mas preguntarle, miro hacia la Iglesia y comprendo que, a estas alturas del día, Don Aurelio ha escuchado a mas personas  que el cura de la Iglesia del frente.

Hace muchos años la gente confiaba más en él porque la palabra valía oro. Si Don Aurelio redactaba un contrato de arriendo con su pulcra letra o mecanografiada,  lo firmaba como testigo y además le ponía un sello, el papel parecía adquirir una validez inquebrantable, cual notario en vía pública.

Con el tiempo, las cosas cambiaron. Las fotocopiadoras llegaron, luego los computadores. La educación se hizo más accesible y las oficinas gubernamentales comenzaron a ofrecer formularios pre-impresos.  El rítmico clic-clac de la Brother fue quedando en silencio, opacado por el zumbido de las nuevas  impresoras.

Don Aurelio nunca se queja de la tecnología. Un día, su hijo, ya abogado con oficina propia, le regaló un computador portátil, y ahí lo tiene en su puesto de trabajo, con una impresora Epson, dispuesto a no dejarse derrotar  por la modernidad de los tiempos.

“El computador ayuda mucho”, dijo acariciando la vieja máquina, “pero aquí  la gente no viene únicamente a que le escriban, vienen a que los escuchen” y acto seguido, le dió el último sorbo al segundo tinto de la mañana.

Hace años, tal vez treinta y tantos años, los tinterillos  estaban ubicados a lado y lado del puente principal, y tenían una escalera por donde bajaban a una especie de  bodega subterranea debajo del puente, donde guardaban todo tipo de papelería, tiempos aquellos.

El oficio del tinterillo, en su forma más pura, está desapareciendo, pero su espíritu vive en la memoria de un pueblo que hizo que la Ley fuera accesible para el ciudadano de a pie a través de este oficio, sirviendo como la primera línea de defensa contra el laberinto de la burocracia y la administración pública.

Es una figura muy evocadora. En su tiempo, eran absolutamente vitales y su papel se asemeja, en parte, al de ciertos consultores que hoy ayudan a la gente con trámites especializados.

P.D.

Don Aurelio es el último Tinterillo, no porque no hayan más, sino porque es el último que encuentras antes de llegar al puente de la avenida principal de Apartadó-Antioquia (Colombia), ahí donde ha estado siempre: frente a la Iglesia Central y justo frente a la entrada de una de las ferreterías mas antiguas del municipio.

Y sí, les confieso, quería escribir esta entrada para el blog, por que fue ahí, en un quiosco de un tinterillo, donde la ví a ella, a la Reina,  por primera vez, aunque ya antes la había visto repetidas veces en mis sueños...